Por Leandro Marcos González
Los seres vivos en general, somos seres en constante estado de comunicación. Es una herramienta básica, fundamental, para poder subsistir. Siempre hay algo que comunicar, y siempre hay un alguien a quien comunicárselo, sin que sea imperioso que ese “alguien” este presente,… o exista. He escogido el teatro como mi medio de comunicación, no creo ser único en eso, como en casi ningún otro tema. Sería el método que he elegido, o viceversa, para poder contar-comunicar lo que creo que es necesario en mí, o en otros; tomando en cuenta que ellos me conviertan en: “el que lo dice en nombre de otros que: no pueden, no quieren, o no les sale”. Lo interesante de este vehículo es la cantidad de elementos, formas, símbolos, y signos con los que cuenta para poder llegar a concretar su objetivo. Hay miles de posibilidades de decir aparentemente lo mismo, o de “no decirlo” aparentemente, para poder saciar aquella necesidad imperante.
El teatro nos da la posibilidad de contar el mundo tal cual lo vemos, pero sin estar obligados a plantearlo, dibujarlo, recrearlo, representarlo de esa “tal forma de apreciarlo o verlo”. Es muy similar a la situación en la cual uno trata de narrar un sueño, que ni siquiera tiene exactamente en claro cómo fue.
De la misma manera que en el trabajo onírico, en el hecho teatral, hay un sinfín de etapas por las cuales debe atravesar, mutando-engañando, la “supuesta pulsión imperante” para poder manifestarse, para poder satisfacer aquella necesidad original. Imaginémonos el germen de algo que tengamos necesidad de comunicar, atravesando por las distintas etapas del camino teatral hacia una representación final. Una propuesta o idea original que tendrá que pasar por: autor, director, actor, técnico, publico, vicisitudes de cada participe en el día de la función, critico, versión de un espectador a un interesado, etc. La cantidad de transformaciones que sufre a través de todo este periplo, no destruye la propuesta inicial, la enriquece, imprimiéndole esa forma extraordinaria que tiene el hecho teatral, para convertir lo cotidiano en fascinante.
Me molesta, siempre, aquella situación en la que se le recrimina a un X allegado, por la repetición constante de un hecho, convertido ya en anécdota. Muy pocos notan o aprecian que a lo largo de los años aquella anécdota, ya convertida en nutrida fábula, ha ido tomando distintas formas. Una pequeña y atractiva vivencia, va mutando con los años, va depurándose, aggiornandose a cada espectadores ocasional, al intérprete mismo. Esto se vuelve mucho más nutrido, cuando ya ni siquiera es el protagonista original el que interpreta o representa la anécdota-fábula original.
Por estas, y muchas otras, razones es que encuentro en el teatro mi mejor método de comunicación. No tengo intención como comunicador, en este caso, encontrar contenidos originales para contar, sino más bien, formas nuevas o únicas para contarlas o representarlas. Extrañar lo real y cotidiano, transformándolo lo suficiente, como para poder cumplir mi objetivo, saliéndome de lo habitual.
En definitiva: Me gusta compartir-comunicar, no la forma en la que creo que es el mundo o la realidad vivida, sino más bien la forma en la que lo veo bajo mi propia, y seguramente distorsionada, óptica. Implica una doble, o múltiple, lectura de una supuesta realidad que nos circunda. De tal manera que lo cotidiano se vuelva increíblemente maleable, posible de transformación, lejos de la rigidez que plantea la historia, la ciencia social, o la mera cronología.
Hacer teatro no es deformar el mundo, para contarlo mejor… Es contarlo, en forma menos rígida, para que pueda amoldarse a la medida de cada receptor…